lunes, 2 de junio de 2014

** UNOS MINUTOS DE GLORIA **


                Edy es un perro mestizo de raza pequeña, pelaje de color castaño teja, con pequeñas manchas blancas por el pecho y patas, y con una amplia sonrisa en su cara. Le encanta estar con sus incondicionales, los dueños de la casa donde habita. Desde cachorrito, lo trataron como un miembro más de la familia, hablando con él, enseñándole qué cosas no debía hacer y congratulándolo cuando se portaba bien.
                El can es obediente, más incluso que el hijo de los propietarios, y entiende todo lo que, con palabras le dicen. Conoce los horarios y las costumbres de la familia. Muy amigo de los niños y le gusta que lo acaricien por la cabeza, con un suave masaje, al que responde cerrando los ojos y buscando la mano para que continúes con la frotación.
                Solamente tiene un pequeño defecto, y es que le encanta escaparse todos los días un rato para visitar a sus camaradas de las demás viviendas del barrio. Espera el momento justo en que el portal eléctrico de la casa se acciona al salir el vehículo, para escabullirse de forma sigilosa. No vale de nada llamarlo y reñirle. Es su momento, y quiere disfrutar de él.
         ¡Edy, vuelve ahora mismo! – exige su propietaria con voz enfadada. Sabe que es un perro inofensivo pero no le gusta que ande suelto por ahí, temiendo que algún día quede bajo las ruedas de un coche.
         Ni pensarlo – respondió con un ladrido y las orejas hacia atrás, mientras corría velozmente.
         ¡Vamos! – gritaba, mientras veía como se iba alejando cada vez más de su vista, sin mirar hacia atrás, como quien escapa de una muerte anunciada.
                Minutos más tarde, ya no hay atisbo del animal. Sólo se escuchan ladridos de los demás perros del vecindario.
                Mientras, Edy se pasea orgulloso ante sus afectos y presume de su estirpe, con la cola cardada y bien alta, enseñando sus dientes blancos y bien alineados ante las féminas del clan. Es el momento más estimulante de la jornada y el más esperado, pues a pesar de tener una familia que lo quiere y lo trata bien, ese intervalo que transcurre desde que se escapa hasta que regresa a casa satisfecho, algo cansado y con la lengua a rastras, no tiene precio.
                En la calle se encuentra con más chuchos, algunos callejeros y otros como él, con un hogar donde comer y dormir. A menudo se junta con unos cuantos ya veteranos, y concurren determinados sitios que tienen estigmatizados como indispensables y esenciales.
         Me ha dicho Linda que hoy puedo pasarme por su morada y hacerle una visita. Los amos de la casa han dejado el portal abierto y creo que podré entrar sin problemas – comentó a su compañero de faena.
         Bueno, a ella le gustas tú. Sois de la misma talla y os gustan las mismas cosas – dijo Lupito, feliz por su amigo –. La camada será envidiable.
         Sí, tiene los ojos como luciérnagas en una noche sin nubes, saltones, llamativos, y con mucho brillo, se me cae la baba con sólo pensarlo.
                Los amigos se separan, movidos por la excitación, cogiendo cada uno su destino y haciendo caso omiso a los peligros que entraña la calle.
                Linda observa desde su punto de vigilancia, cómo Edy se acerca simulando no verla. Ella menea la cola con elegancia y habilidad, esperando poder disfrutar de una agradable conversación con su amante de todas las tardes. En cuanto lo tiene enfrente, se deja olisquear y sus hocicos se acarician tiernamente. Segundos después vagan por el césped, uno tras otro, dando piruletas y riendo como dos colegiales en la excursión de fin de curso. Pequeños árboles y frutales sirven como escondite para despistar al otro.
                Instantes imposibles de olvidar y sortear. Seguramente se moriría de pena, si le quitaran esos minutos de gloria y bienaventuranza, pues a pesar de gozar de muchos metros cuadrados de extensión para corretear feliz, nada es igual que compartir un tiempo de deleite con tus semejantes.


SANDRA EC

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