viernes, 23 de mayo de 2014

***UN ACCIDENTE FORTUITO*** (COMPLETO)

Era una tarde calurosa del mes de julio, de esas en las cuales, lo único que deseas, es estar bajo el agua de una cascada, protegida del sol. Alexia tenía trabajo pendiente. Durante los meses estivales, la empresa donde trabajaba permanecía cerrada por las tardes, debido al insoportable calor que atravesaba las inmensas cristaleras con vistas a la gran manzana. Ni la máquina de aire acondicionado conseguía ambientar las gigantescas oficinas. No le apetecía trabajar en casa, que a pesar de ser más fresca, no le inspiraba lo suficiente. Debía escribir el discurso para la conferencia en Valladolid del día siguiente y para ello, necesitaba el contacto directo con la naturaleza.
  Subió al desván y cogió la bicicleta urbana, que había comprado en una feria organizada por ella, años atrás, y se dirigió al parque más cercano, considerado como el pulmón de la ciudad. Ya en el interior del mismo, eligió estirar su toalla en una zona poco concurrida, sin el bullicio de los niños, jugando alegres bajo los chorros del agua y sus madres reprendiéndoles. Desde aquel árbol centenario, podía ver la ciudad al norte, colmada de gigantescos edificios comerciales y al frente, un lago artificial por el que transitaban gansos y patos en total armonía.
Amaba aquellas vistas armónicas y el sonido de la naturaleza virgen. Había pasado la mayor parte de su vida viviendo en el campo con su familia, entre animales, frutales, plantas, tierra y abundante agua. Después se mudó a la ciudad para ir a la universidad y posteriormente para trabajar.
Estuvo trabajando, alrededor de dos intensas y fructíferas horas con su portátil, donde tenía toda la información. Únicamente le quedaban pequeños retoques y ya estaría listo para el día siguiente. Estaba orgullosa por el trabajo realizado, pues cada día se mostraba más exigente consigo misma. Decidió levantarse, y estirar un poco las piernas, antes de volver a coger la bici para regresar a su apartamento.
Una vez desperezado su cuerpo, cogió la bicicleta del suelo con ánimo de abandonar el lugar, con tan mala suerte, que en ese mismo instante y justo a su lado, pasaba un chico haciendo deporte. El corredor cayó al suelo de bruces. El golpe no había sido muy fuerte, pues Alexia todavía no había cogido velocidad, aunque sí, el susto para ambos. Avergonzada, le ayudó a incorporarse del suelo y revisó las rodillas y los brazos del chico varias veces, para comprobar que no tuviera ninguna contusión grave a la vista. Estaba muy nerviosa y no sabía cómo actuar en una situación como esa. Nunca antes había atropellado a nadie.
        ¿De verdad te encuentras bien? – había preguntado con un tono de voz angustiado.
        Creo que sí. Sólo han sido unos rasguños, nada más – contestó él sonriente – suerte que el suelo no está pavimentado.
        No me lo puedo creer, de verdad. Es la primera vez que me pasa algo así, no era mi intención tirarte al suelo, créeme – necesitaba justificar sus actos.
        Me lo imagino, faltaría más – bromeó él.
        Seguro que algo se te ha roto, o al menos a mí me pasaría. ¿quieres que llame a una ambulancia? – insistió Alexia.
        No, para nada. Puedo mover todo sin problemas – exclamó él, al tiempo que movía piernas y brazos para tranquilizarla.
En ningún momento de la conversación, se habían mirado a los ojos. Ella, empecinada en encontrar algún hueso roto en aquel cuerpo fornido y atlético, y él, preocupado por el histerismo de Alexia.
Un extraño impulso, hizo que tomara las manos de Alexia entre las suyas y con semblante tranquilo y mirándola a los ojos le dijo:
        No te preocupes tanto, me encuentro bien.
            Fue justamente en ese momento, mientras se cruzaban las miradas, cuando se fijó en el rostro del chico y tuvo la sensación de que lo conocía de algo.
        ¿Alexia? – preguntó el corredor, algo sorprendido.
        ¿Nos conocemos? – contestó Alexia interrogativamente –. Me suena tu cara, pero no sé de qué ni de dónde.
Era Tomás, un compañero de instituto con el que, en el pasado, tanto había soñado y con el que nunca había logrado entablar una conversación. Siempre lo había evitado, procurando no acudir a los lugares que él y su pandilla frecuentaban, y en clase, se sentaba en el otro extremo para no cruzarse con él. Tomás era el chico más popular del instituto, con el que todas fantaseaban tener una aventura.
 Él la había reconocido, incluso antes que ella, después de tantos años. Se mostraba fascinado por la casualidad y gratamente sorprendido por el cambio que había experimentado.
        Estás guapísima, de verdad, el tiempo ha sido generoso contigo – la oteó de arriba abajo, fijándose muy especialmente, en lo bien que le sentaba aquel vestido corto con escote palabra de honor y de color azul celeste, a juego con los ojos.
        ¡Lo mismo digo de ti, vaya casualidad! – vaciló sofocada.
Estaba distinta a como él la recordaba en el instituto, con aquella ropa desgastada, floja y extravagante. Allí, las otras chicas se vestían de forma ostentosa, con aires de exhibicionismo, estrenando cada día un modelo y compitiendo unas con otras. Ella en cambio, procuraba no destacar y se esforzaba por pasar inadvertida, sintiéndose a menudo, fuera de lugar. Cada vez que recordaba aquellas prendas, sentía vergüenza y a la vez, agradecimiento a sus tíos, pues toda esa ropa, había sido heredada de sus primas mayores. Solamente por Navidad, sus padres se podían permitían el lujo de comprarles ropa nueva. Sus hermanas menores, no se percataban de la situación ni se fijaban en cómo vestían las compañeras de clase. Sin embargo, Alexia estaba convencida de que ningún chico repararía en ella, entre otras cosas, porque la ropa que vestía estaba pasada de moda y no era de su estilo.
Tomás, por el contrario, había sido el donjuán del instituto. ¡Era imposible pasar desapercibido con aquel cuerpazo! Sonrisa de revista, tez morena, ojos azules y pelo color negro azabache; eran parte de los reclamos con los que conquistaba a todas las chicas que se le acercaban. Pero además de contar con un físico apabullante, capaz de quitar el aliento a cualquiera, era inteligente. Tenía la cabeza bien amueblada y sabía cuáles eran sus metas, independientemente de que también le gustase pasarlo bien.
Ya no había atisbos de aquella Alexia del pasado, la belleza  natural que poseía desde niña, se había multiplicado con creces. Físicamente, era una chica muy agraciada. Metro setenta y dos de altura, ojos color azul eléctrico, pelo castaño ceniza, piel dorada, medidas de impacto y labios carnosos. Habitualmente y por motivos de trabajo, su vestuario consistía en formales trajes oscuros, de falda o pantalón, pero a la vez, muy sugerentes y sexys, y zapatos o sandalias de tacón; algo que distaba mucho de cómo iba vestida esa tarde.
En cuanto a Tomás, a primera vista, no había cambiado demasiado. Seguía siendo el chico atractivo y seductor que recordaba de antaño.
Una vez recuperados del singular accidente y la sorpresa mayúscula, se sentaron bajo la sombra del alcornoque, recordando los viejos tiempos. Cada uno, contó lo que había hecho durante los quince años que habían pasado y lo que hacían en la actualidad.
Por un lado, Alexia había estudiado ingeniería energética en la universidad de Sevilla y Tomás, se había especializado en ciencias del deporte en la universidad de Granada. Actualmente, ella trabajaba como asesor energético en una reconocida firma y él, era docente en un colegio de secundaria y en su tiempo libre, entrenador deportivo.
Hablaron largo y tendido, Tomás se había mostrado muy interesado en todo lo relacionado con la carrera de ella, queriendo saber más y más. Ya no sentía dolor en las rodillas ni en las muñecas, y sí mucha satisfacción de haber tropezado casualmente con Alexia. Le gustaba como gesticulaba al hablar, sobre todo tratándose de su trabajo, su forma de cruzar las piernas, de sonreír y en especial, su mirada, cálida y sincera. Ya no era aquella chica escurridiza, miedosa y fría del instituto.
Empezaba a anochecer y el móvil de Tomás sonó en el bolsillo del short de running color verde aceituna que llevaba puesto. La conversación apenas duró un minuto.
        Era mi madre – se excusó – Me pasaría toda la noche hablando contigo pero debo irme – argumentó Tomás, a regañadientes.
        Y yo también. No me había dado cuenta de la hora que es, además, debo acabar el trabajo en casa.
        ¿Tienes algo con qué escribir por ahí?  – preguntó Tomás.
        Sí, aquí tienes – y le ofreció un bolígrafo y una hoja de papel.
        Perfecto. Éste es mi número de teléfono y mi correo electrónico ¿me das el tuyo?
        Espera que te lo escribo yo misma – y le cogió el bolígrafo de su mano, provocando en él una sensación de calor al sentir el roce de sus suaves dedos y el fresco aroma a un perfume embriagador.
        ¡Qué te parece si mañana quedamos para cenar! – más que una pregunta, era una exigencia –. Me gustaría continuar con la conversación, conozco un restaurante asiático en la otra punta de la ciudad en el que se come muy bien.
        Me parece estupendo. Este fin de semana no tenía pensado visitar a mis padres en el pueblo. Aprovecharé el puente de la semana próxima para viajar – contestó muy animada. Estaba cansada de pasar todos los días de descanso sola.
Se despidieron con dos besos y cada uno cogió un camino distinto.
Al llegar a casa, se dio una ducha rápida, se puso un pijama de verano, preparó una taza de té blanco y se fue directamente para el despacho a revisar nuevamente el discurso. Tenía que estar perfecto en todos los sentidos. Sería un momento muy importante para ella, pues se jugaba su prestigio y la posibilidad de ascender.
Antes de acostarse, llamó por teléfono a sus padres para saber cómo se encontraban y comentarles que ese fin de semana no iría a casa, que la esperaran al próximo.
A la mañana siguiente, cogió el primer vuelo hacia Valladolid, acompañada de dos asistentes. Ya allí, les esperaba un vehículo para desplazarlos hasta el Instituto ferial, donde realizarían el congreso.
Segura de sí misma, ofreció el producto que su empresa promocionaba, pues estaba convencida de que las energías renovables eran el futuro. Tras ella, una pantalla iba ofreciendo imágenes de su trabajo y de las ventajas que suponía apostar por las renovables.
Arrancó aplausos y vítores a todos los allí presentes. Había sido todo un éxito. Los invitados solicitaban más información a sus asistentes. Los folletos y las tarjetas de presentación, se habían agotada en poco minutos.
Ya de vuelta a casa, fue felicitada por sus superiores y compañeros de departamento. Ella insistía en que el mérito era de todos, no sólo suyo. Se sentía plena y muy satisfecha.
A media tarde, y mientras se relajaba en su bañera de mármol negro Marquina, recibió el aviso de un mensaje de texto. Era Tomás, interesándose por cómo había ido el congreso.
        ¡¡Hola guapetona!! ¿cómo te ha ido esta mañana?
        ¡Muy bien!, ya te contaré – contestó orgullosa.
        Vale, te recojo sobre las nueve.
        ¿Dónde quedamos? – preguntó Alexia.
        Es cierto, no sé dónde vives, ¡vaya despiste!
        Paseo de la Independencia, 203 – escribió.
        Por cierto, ¿llevarás el vestido de ayer?
        ¿Por qué lo preguntas? – quiso saber, intrigada.
        Vaya bocazas que soy, perdona. Debo tener la cabeza en los pies. Lo que quería decir, es que ayer estabas sumamente hermosa con aquel vestido – se justificó a la espera de la respuesta de Alexia.
        Gracias por lo de hermosa, y no, ése precisamente no – contestó sonriendo al otro lado.
            <<Será mejor, ya lo verás>>.
            Estaba cansadísima de estar todo el día sobre tacones. No le apetecía volver a ponérselos. Buscó en el armario y encontró algo más casual pero igual de sexy y que podría combinar con unas sandalias un poco más bajas. Se trataba de un vestido marrón granate corto de crepé, con cuello de pico y mangas de murciélago a juego con unas sandalias de cinco centímetros de tacón y del mismo color. El pelo se lo había recogido en un moño, dándole forma de donut. Se maquilló primorosamente y se dejó minar por su perfume favorito.
            A las nueve en punto, husmeó por la ventana del salón y consiguió ver un coche negro delante de su apartamento. Bajó las escaleras con avidez y allí estaba él, entretenido con el móvil mientras la esperaba sentado en el asiento del conductor. Al ver que se acercaba Alexia, bajó del coche para saludarla con dos besos.
        ¡Hola, cómo estás! – Canturreó alegremente.
        ¡Bien!, muy bien.
        Lo noto en tu sonrisa – respondió pletórico.
        ¿Qué te parece éste? –  le preguntó, estirando los brazos y mostrando su modelo. Se imaginaba la contestación, pero quería escucharlo.
        Sin duda, estás maravillosa, no me salen ahora los adjetivos – le hubiera gustado decirle que la comería a besos en aquel mismo instante, arrollándola contra el coche y mostrándole todo lo que había despertado en él.
        Cuando quieras nos vamos – apuntó. Necesitaba recuperarse del calentón. Sus mejillas ardían, a pesar del maquillaje.
            Entraron en el vehículo y se dirigieron al restaurante asiático que conocía Tomás, donde estuvieron cerca de dos horas. La conversación se había centrado en ella. Alexia le había contado lo bien que le había ido en el congreso por la mañana y que estaba muy orgullosa del trabajo realizado. Él no dejaba de admirarla mientras hablaba, sin quitar la vista de unos labios sensuales y tremendamente carnales que pedían a gritos ser amados.
            Una vez finalizada la cena, Tomás la invitó a bailar. Se trataba de un local muy selecto, con un aforo muy limitado y en donde tomaron una copa, sentados en la barra. El local empezaba a llenarse de gente, en su mayoría parejas. Al fondo, una pantalla mostraba los videos de las canciones que sonaban. La música, exquisitamente seleccionada, invitaba a bailar, existiendo la posibilidad de hablar con el pinchadiscos y pedirle una canción en concreto, que fue lo que hizo Tomás sin antes comentárselo.
        ¡Bailas! – susurró en el oído de Alexia.
        Te advierto que no estoy entrenada en el arte del baile. No me hago responsable de los daños ocasionados – bromeó ella, excitada por el momento.
        Correré el riesgo – musitó mientras le cogía la mano para acercarse al salón de baile.
            La cogió por la cintura con pasión, acercándose de tal forma, que podía sentir su agitación. Manos y piernas fundiéndose en un solo elemento. La música comenzó a sonar de fondo.
        ¿Te gusta Ana Gabriel? – preguntó con cierto frenesí.
        Me encantan todas sus canciones y sus letras.
        Me alegro, porque esta canción la pedí especialmente para ti. Espero que la sientas igual que yo – susurró entre sus cabellos.
            << ¿Cómo puede saber Tomás, que ésta era mi canción favorita?>>
            Alexia había visto la película “Baila conmigo” decenas de veces, donde actuaba Chayanne y Vanessa Williams; le parecía muy erótica y sensual.
        ¿Cómo lo has sabido? – preguntó emocionada.
        ¿Cómo he sabido qué? – se hizo el loco.
        ¡Cómo has sabido que es mi canción preferida! – exclamó, conmovida e impresionada por lo mucho que la estaba sorprendiendo.
        Digamos que tenemos los mismos gustos – confesó, rozándole sus labios contra el lóbulo de la oreja de Alexia.
            Una excitación se apoderó del cuerpo de Alexia, buscando acoplarse entre los calurosos y ardientes brazos de él, que sensualmente y al ritmo de la música, musitaba la canción al oído de ella.    
            Con movimientos lentos y apasionados, bailaban en el centro de la pista, ajenos al resto de los presentes, deseando que el momento fuera eterno, perpetuo en el tiempo.
        Te deseo, Alexia – dijo mirándola fijamente a los ojos – desde ayer no he dejado de pensar en ti. Me gustan tus ojos, tu nariz, tu boca y esos labios carnosos y húmedos. Me gusta tu forma de hablar, de gesticular, de moverte.
            Alexia seguía sin pronunciarse, abrazada a él. Se sentía como en una nube de terciopelo, cautivada por el agradable aroma a perfume masculino y aquellas palabras que para ella significaban tanto.
        ¿Quieres que salgamos? – preguntó, ante el mutismo de ella.
        Será mejor, aquí hace demasiado calor – insinuó tímidamente.
            La cogió de la mano y salieron del local, sin más palabras.
            En la salida, la cubrió con su cuerpo duro y llameante, incapaz de contener el impulso de besarla apasionadamente, cogiéndole el pelo entre sus manos, largas y juguetonas, para hacer más presión en su boca. Un deseo embriagador recorrió todo su cuerpo, candente y excitado.
        ¿Lo deseas tanto como yo? – le preguntó entre jadeos – ¿sientes la necesidad de beber de mi, de acariciar mi cuerpo desnudo bajo el tuyo, de chupar mis labios hasta arrancármelos? ¿lo sientes?
            <<No te puedes ni imaginar cuanto>>.
            Alexia era incapaz de responder. Se preguntaba qué contestar, si sentía lo mismo que Tomás. Ardía por dentro sólo con tenerlo cerca; sentía sudores, palpitaciones y otras sensaciones, tanto tiempo ocultas en su interior.
        ¿Vamos a mi casa? Dijo entre gemidos entrecortados.
        Sí –  rogó con voz ansiosa.
            Cogidos de la mano, partieron imperiosamente hacia el apartamento de Tomás, donde gozarían de aquel volcán en erupción, donde darían rienda suelta a aquella ola titánica que parecía un tsunami a punto de chocar contra las rocas.
            Una sensación arrebatadora se apoderó de Alexia al cruzar el umbral del apartamento. Todo allí era extremadamente viril, comenzando por el aroma a Armani Code, la sobriedad de los muebles y la exquisita selección en los tapizados.
        ¡Mi humilde morada! – argumentó con una sonrisa en los labios – ponte cómoda, buscaré algo para beber.
            Alexia observaba todo con delicadeza. El salón era muy acogedor, con un sofá blanco de tres plazas en piel con dos cojines de terciopelo negros. Sobre uno de los reposabrazos, descansaba una pequeña manta, dando calidez. La alfombra era de pelo largo, cuadrada y de color negro, sobra la que yacía una mesa de cristal. Frente al gran ventanal, lucía una mesa de comedor en cristal transparente con cuatro sillas de polipiel en negro. Frente al sofá, había colocado un mueble modular blanco y negro, muy elegante y a la vez moderno. Dos lámparas colgantes y con mucho estilo, iluminaban y daban vida al habitáculo. Pequeños elementos decorativos adornaban la estancia, dándole un toque personal.
            Alexia estaba abrumada viendo cada detalle, embriagada por el refinado gusto de Tomás. No lo escuchó llegar.
        ¿Te gusta? – preguntó tras ella con dos copas en la mano.
        Tiene mucha clase, perfecta combinación y un estilo acorde contigo – contestó Alexia, impresionada por su presencia.
        ¿Qué te apetece escuchar? – dudó mientras le entregaba la copa de vino.
        ¡Sorpréndeme de nuevo! – insinuó con la copa pegada a sus labios.
            Se acercó al mueble donde había una gran colección de discos, sacó un cd-rom y la música comenzó a sonar premiosamente. Él se arrimó, sin dejar de mirarla a los ojos abrasadoramente, le retiró la copa con sumo cuidado y se colocó tras ella.
        ¿Lo sientes? – susurró a sus espaldas entretanto abrazaba su cuerpo tiernamente – ¿Te gusta Camila?
        Todas sus canciones, pero ésta en especial, ¿cómo lo has sabido? – musitó hechizada, al ritmo de la música.
        “Bésame, como si el mundo se acabara después, bésame, y beso a beso pon el cielo al revés, bésame, sin razón, porque quiere el corazón…” – cantaba sensualmente al oído de Alexia.
        Sí… lo siento – contestó excitada.
        Quiero perderme en tu piel, Alexia, sentir tu aliento en mi cara, llegar hasta el fondo de tu ser e inhalar el excitante aroma que desprendes. Me gustaría esculpir tu cuerpo desnudo acariciando cada pliegue, saborear tus dulces labios y llegar juntos a un clímax supremo.
            Al compás de la música la giró hacia él, sintiendo sus pezones, duros y erguidos por el deleite, y agarró el rostro de ella entre sus manos para intensificar el beso. Espasmos de placer recorrían cada centímetro de sus cuerpos, como un fuego candente que se aviva cada vez más.  
        Ven, estaremos más cómodos en el dormitorio – confesó, con una mirada seductora.
            Si el salón le había parecido extraordinario, el dormitorio le pareció maravilloso. Un espacio sencillo, funcional y muy íntimo. Cabecero de madera de color gris, a juego con el sifonier, dos mesitas de noche y el espejo. Encima, un edredón elegante y sobrio, combinando el color negro y el gris. Las alfombras eran del mismo tono que los muebles y sobre la cama colgaba una lámpara de techo negro diamante de la que irradiaba una luz muy tenue, ideal para la primera vez.
            El deseo le oscurecía la mirada y lo hacía todavía más irresistible. Le rozó sutilmente los labios con los suyos, provocando en ella, un placer irrefrenable. Las piernas le flaqueaban, el seguía provocándola al ritmo de la melodía, moviendo las caderas en círculos eróticos mientras se restregaba contra Alexia, mordisqueando y lamiendo las zonas más erógenas. Un frotamiento placentero que dejaba en evidencia la apremiante erección de él. Su cuerpo se arqueaba por el deseo y el placer.
        Dame un minuto – rogó Tomás, que se fue directo al vestidor.
        Pero…. – protestó, ansiosa de sus besos y caricias.
            Diez segundos después estaba tras ella, besándole el cuello.
        ¿Confías en mí? – quiso saber antes de taparle los ojos con una de sus corbatas.
        Sí – asintió de forma rotunda –, pero lo que vayas a hacer, hazlo ya.
            Pasó la corbata de lino y color berenjena por los ojos de Alexia. Gemidos entrecortados escapaban de su boca, abierta por la excitación. La giró sobre su cuerpo y la puso frente a él, desabrochando lentamente los pequeños botones laterales de su vestido. Segundos después, estaba desnuda ante él. Con mirada lasciva, inspeccionó cada centímetro de su aterciopelada piel, pasando el dorso de sus dedos por los muslos, la espalda, los brazos; besando su cuello, hombros, orejas y abdomen.
        Quiero verte – pidió entre jadeos.
        Todavía no es el momento – le susurró al oído.
            De pronto, volvió a desaparecer. Sólo se escuchaba la música que sonaba en el salón.
        ¿Me echaste de menos? – siseó.
            Algo frío y fresco pasó por sus labios, hinchados y ardientes. Quiso tomarlo en sus manos pero él la frenó. Esa cosa bajó por su cuello, dejando surcos en su empapada piel, hasta llegar al ombligo. Ella lo seguía con sus tiernas manos, muerta de placer. Por la textura, se trataba de una fruta, fresca y estimulante.
        ¡Quítame esto! – requirió con urgencia.
            Acto seguido, Tomás retiró la corbata de sus achispados ojos y le ofreció la fresa encarnada que antes había naufragado por su extasiado cuerpo. Después la besó con premura, introduciendo lánguidamente su lengua en la boca de ella. Los movimientos eran cada vez más dinámicos y descontrolados.
        Ahora me toca a mí – espetó Alexia sin más preámbulos, empujándolo hacia la cama.
            Se sentó sobre sus muslos, y comenzó a desnudarlo pausadamente, cubriendo su pecho robusto, con besos y chupando sus pequeños pezones, pudiendo sentir su respiración entrecortada. Se apartó hacia un lado y desabrochó el cinturón de Gucci seguido de los jeans ajustados. Una ola desenfrenada y excitante recorrió el cuerpo de Tomás, abrasándolo interiormente. Un agradable aroma a excitación invadió el dormitorio. Él, rotundo ante el fervor que lo amenazaba, la cogió tenazmente y la volvió a sentar sobre su cuerpo, con las piernas ampliamente abiertas, de tal forma, que Alexia podía sentir palpitar su miembro viril.
            Minutos después, volvió a tomar el mando Tomás, sin dejar de mirarla a los ojos con expresión provocativa. La besó tan intensamente, que perdió el control, de tal forma que ya no sabía dónde terminaba él y comenzaba ella. Él pasó su lengua alrededor de aquellas pequeñas montañas sonrosadas, acariciándolas con su mejilla. Aquella apremiante erección imploraba una inminente embestida. Dos cuerpos inflamados deseando llegar al orgasmo. El cuerpo de Alexia se arqueaba por el placer que le administraba.
        Hazlo ya, por favor – gritó ella.

            Obediente, buscó aquella abertura, húmeda y plegada, que los llevaría hasta el elíseo. Las caderas de ella cedieron, cuando Tomás comenzó su anhelada acometida. La escuchó gemir, jadear y retorcerse sobre las sábanas de seda. Sonidos primitivos escapaban de sus labios, hinchados por los besos. Los movimientos, que comenzaron lentos y pausados, pasaron a ser firmes y consistentes, buscando llegar juntos, y en el mismo momento, al éxtasis final. Minutos después, yacían abrazados en la cama, mirándose a los ojos tiernamente. No hacía falta palabras, bastaba con mirarse, para saber a ciencia cierta, que había sido una noche maravillosa, difícil de olvidar, y así pasaron todo el fin de semana, deleitándose en el deseo, el placer y el amor.
SANDRA EC

3 comentarios:

  1. Una accdentada oportunidad,transformada en los deseos y momentos bonitos,esos que a todos nos gustaria vivir,aunque a veces nos conformemos con sonarlos,,bueno algo es algo,que sugerente el relatoy que entretenido!!!!!!

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  2. Muy chulo. Me sorprende la facilidad que tienes para crear estos relatos.

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  3. Muchas gracias Ana Fernández y Mar García por vuestras palabras. Muackssss

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