sábado, 17 de mayo de 2014

ENCUENTRO BAJO UN ALCORNOQUE


Era una tarde calurosa de verano, cuando Alexia tropezó bruscamente con Tomás, el chico más popular del instituto, con el que todas soñaban pasar el resto de sus días.
Físicamente, era una chica muy agraciada. Metro setenta y dos de altura, ojos color azul eléctrico, pelo castaño ceniza y labios carnosos. Su imagen exterior distorsionaba las buenísimas cualidades corporales. El vestuario habitual consistía en prendas usadas que le regalaban sus primas mayores. Solamente por Navidad, sus padres que, por aquel entonces, estaban pasando una mala racha económica, se permitían el lujo de comprarles ropa nueva. Alexia estaba convencida de que, de esa forma, ningún chico se fijaría en ella. Entre otras cosas, porque la ropa que vestía estaba pasada de moda y no era de su estilo. Se odiaba por ello y sentía mucha vergüenza.
En el instituto, había chicas que se vestían de forma ostentosa, con aires de exhibicionismo desmesurado, como si de una competición se tratase. Ella en cambio, procuraba no destacar y se esforzaba por pasar desapercibida, sentía que estaba fuera de lugar.
Tomás, por el contrario, había sido el donjuán del instituto. ¡Era imposible pasar desapercibido con aquel cuerpazo!  Sonrisa de playboy, tez morena, ojos azules y pelo color negro azabache, eran parte de los reclamos con los que conquistaba a todas las chicas que se le acercaban. Además de contar con un físico apabullante, era inteligente. Tenía la cabeza bien amueblada y sabía cuáles eran sus metas.
Ambos acabaron sus respectivas carreras, a sabiendas de los esfuerzos que los padres de Alexia habían tenido que hacer  y consiguieron triunfar laboralmente.
 Ya no había atisbos de aquella Alexia del pasado. La belleza  natural que poseía desde niña, se había multiplicado con creces. Piel dorada por el verano y medidas de impacto que aprovechaba para lucir con ropa sugerente y sexy. En cuanto a Tomás, físicamente no había cambiado demasiado. Seguía siendo un hombre atractivo y seductor.
Esa tarde, Alexia se encontraba en el parque de la ciudad. Tenía que escribir el discurso para la conferencia en Valladolid del día siguiente. Había elegido un lugar apartado del bullicio de los niños que jugaban alegres bajos los chorros de agua. Debido a las altas temperaturas, se cobijó debajo de un árbol centenario.
El encuentro casual, se produjo cuando ella se disponía a abandonar el lugar. Había cogido su bicicleta sin darse cuenta de que, en ese mismo momento y justo a su lado, pasaba un chico haciendo deporte. El golpe no había sido muy fuerte, aunque sí, el susto. Alexia le pidió disculpas un tanto avergonzada. Revisó las rodillas y los brazos del atropellado varias veces, para comprobar que no tuviera ninguna contusión a la vista. Estaba muy nerviosa y no sabía cómo actuar en una situación como la que tenía en frente. Tomás, instintivamente, le cogió las dos manos y sonriendo le dijo que no se preocupara tanto, que se encontraba bien. Fue justamente en ese momento, cuando se fijó en el rostro del chico y consiguió recordar de quién se trataba. Era Tomás, el compañero de instituto con el que, en el pasado, tanto había soñado y con el que nunca había logrado entablar una conversación. Siempre lo había evitado y procuraba no acudir a los lugares que él frecuentaba.
Tomás también la había reconocido. Se quedó muy sorprendido por el cambio que había experimentado. Fascinado por  lo bien que le sentaba aquel vestido corto con escote palabra de honor y de color azul celeste, a juego con los ojos. Algo totalmente distinto a lo que recordaba del pasado, con aquella ropa un tanto desgastada,  muy floja  y mezclando colores.
Estuvieron un buen rato charlando bajo la sombra del alcornoque. Cada uno contó lo que había hecho durante los quince años que habían pasado y lo que hacían en la actualidad. Tomás se veía muy interesado en todo lo relacionado con Alexia y se le notaba en la mirada ardiente y cálida. Fue entonces cuando le propuso quedar para el día siguiente por la noche. Irían a cenar a un restaurante asiático que él conocía. Acto seguido, intercambiaron los números de teléfono y se despidieron con un caluroso beso.
Alexia nunca se hubiera imaginado que, en medio de la naturaleza, en pleno verano  y después de tantos años sin verse, Tomás se acordaría de ella, tanto como para invitarla a cenar al día siguiente. Se sentía la mujer más feliz del planeta por ello. Estaba deseando que pasasen las horas para seguir conversando con el chico que había acaparado todos sus sueños en la juventud,  el mismo chico que parecía haber mostrado interés en ella.
Al llegar a casa, se dio una ducha rápida, preparó una taza de té blanco y se fue directamente para el despacho a revisar nuevamente el discurso. Quería que fuera perfecto, que no faltase ni una coma o un punto. Sería un momento muy importante para ella, se jugaba su prestigio y la posibilidad de poder viajar por todo el mundo.

SANDRA EC

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