lunes, 5 de mayo de 2014

SUBIENDO DE TEMPERATURA

En mi vida había pasado tanto calor y desazón, y no era precisamente por la estación del año en ese momento.
El tiempo era lluvioso y frío, típicamente invernal y propio de la provincia. Habitualmente estaría mucho más abrigada y protegida, pero la ocasión interpelaba al despojado y a la marcha.
Era domingo, y como casi todos los fines de semana, mis compañeras tenían permiso para descansar. Unas privilegiadas, puesto que trabajaban una vez a la semana, y un máximo de diez horas al día. Nada que ver con lo mío. Había ocasiones en las que hacía jornadas maratonianas de catorce horas.
El continuo desgaste que sufría de lavados, centrifugados y secados, me tenía estresada y agotada. Pronto me sustituirían por otra de mayor aura y más sugestiva, estaba segura de ello. A pesar de ello, me sentía complacida y feliz.
Antes de hacerse conmigo, estaba la que llamaban la pupila. Era de color dorado y bastante exagerada, nada que ver conmigo. Las compañeras que la recuerdan, dicen que tenía tratos de favor y que a menudo iba por ahí pavoneándose de las demás.
Yo era normalita, como todo mortal. Me gustaba llamar la atención pero siempre y cuando la coyuntura lo permitiera. No iba buscando a propósito comentarios obscenos ni situaciones comprometidas. Me aprovechaba de las circunstancias, sin más. Mi voz, sensual, concupiscente, susurrante, atraía y reclamaba atención.
No me gustaba ser manoseada por cualquiera, y por ello, seleccionaba de antemano el botín. Debía ser atractivo, sensual, sexy, honesto, fiel, cariñoso, dulce, tierno, romántico, apasionado y sobre todo, delicado. A pesar de ser sencilla y humilde, en ocasiones, me gustaba que las demás sintieran  un poco de envidia.
Ese domingo tenía que ser diferente a los demás. Lo había presagiado días antes. El ambiente estaba acalorado, febril. Se notaba agitación en la atmósfera, como si algo estuviera a punto de suceder. Algo que cambiaría todo.
Temprano sentí como un atavío suave, sedoso, elegante y muy seductor se acercaba con intención de acompañarme el resto del día. Ocasiones caprichosas como ésa, muy rara vez se presentaban. Era una sensación íntima, desgarradora.
Unas extremidades largas, calientes, famélicas de placer y rociadas en sudor, se acercaban sigilosamente, jugando al despiste. Sentía las yemas de aquellos dedos moverse muy cerca, acariciando la zona cero. El ajuar se deslizó lentamente, agasajando todo lo que en su recorrido encontraba.
        Ich will dich, ich brauche zu besitzen – Susurraba alguien con voz melodiosa. Podía sentir su  fricción sobre mi relieve.
        Ich gehöre ganz dir, weiß es  – Musitaba una voz femenina familiar.
Esos jueguecitos no me estaban gustando nada. Intuía cómo iba a acabar aquel rollo. Al principio, para ellos era un bonito escaparate, al que miraban asombrados, me atrevería a decir que hasta excitados. Después pasaba a ser secundario para acabar rodando por el suelo, algunas veces enmoquetado y otras veces, frío, glacial, mezclado con otros elementos decorativos.
De fondo se podía escuchar música romántica, picando a algo de erotismo, muy acorde con el momento.
Mis presagios fueron un acierto. Aquellas manos que, anteriormente me habían estado toqueteando y recreándose en mi jardín, en aquel momento, apremiaban mi desaparición perentoria.
Sentí cierto alivio al retirarme de aquel escenario explosivo y borboteante. Se pronosticaba a muy corto plazo, fuertes lluvias y una niebla extremadamente pegajosa, algo poco recomendable.
Desde aquel suelo de madera, recubierto con una alfombra belga de pelo largo y color malva, avizoraba lo que allí acontecía.
        Magst du? – pronuncio la voz masculina.
        Natürlich. Da Sie nicht gibt es ein weiteres – contestó la acompañante con ánimo de felicitar al participante en el pasatiempo de ese domingo.
            A las pocas horas, volví a mi lugar de origen. Ya no había urgencia ni ahogo. La temperatura ambiente se había moderado gracias al funcionamiento de aquel aparato que no paraba de soltar aire frio por unas rendijas. De nuevo me sentí acompañada por aquella prenda agradable al tacto, y el olor tan característico que recordaba desde el primer día de mi llegada a su vida,  jazmín fresco.


SANDRA EC

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