sábado, 24 de mayo de 2014

AÑORANZAS

        Hola Elisabeth.
      Después de cuatro largos y angustiosos meses, por fin he decidido ponerle voz a mis sentimientos.
      Como bien sabes, el trabajo que realizo es dueño absoluto de mi vida, no lo he de negar. Hago lo que me gusta y encima me pagan por ello, y eso, a día de hoy, es una fortuna. A fin de cuentas, nada más ocupa mi vida, mi tiempo, mi espacio, en definitiva, mi corazón.
      Nunca te he ocultado nada y lo sabes. Nos conocimos de forma casual, en aquella cafetería de la esquina, sí, la de Chato. Antes de empezar mi turno,  desayunaba y ojeaba el periódico, pero aquel día apareciste tú, y nunca más volvió a ser como antes. Recuerdo que llevabas una falda a la altura de la rodilla exquisitamente ajustada a tu figura, dejando entrever esa perfección que tanto te traiciona, y tu inseparable maletín de ejecutivo de piel.  
      Aquella mañana llegué diez minutos tarde para fichar. Había varias urgencias esperándome pero lo cierto fue que no me importó, por una vez, no me importó. Me había gustado como charlabas con el camarero, como ojeabas tu agenda, rebosante de citas y la manera gesticulante de hablar por teléfono. Lo reconozco, sentí atracción hacia ti, como si de un imán se tratase y me obligó a acudir todos los días a la misma hora para verte.
      Las primeras veces fui para averiguar más cosas sobre tu persona, lo cual no fue difícil porque en el mismo café me soplaron todo lo que ansiaba conocer. Después forcé un encuentro casual, ¿recuerdas? Tú te dirigías al servicio y yo me topé de frente contigo. A partir de ese día, me senté a tu lado, en un taburete en la esquina de la barra, escudriñé conversaciones que nos gustaran a ambos y me gané tu confianza, y si me preguntas si lo volvería a hacer, te respondo rotundamente que sí.
      Después vinieron algunas citas, siempre que mi ocupación me lo permitía. Lo admito, han sido menos de las que hubiera querido, pues mi interés por ti era y sigue siendo grande. Sentía afinidad y deseo de tenerte cerca, sentir tu aliento aterciopelado moviendo mi pelo, tus manos delicadas, quebradizas, acariciando mi rostro, esos ojos verdes agua, acechándome.
      Nunca olvidaré nuestra primera vez desnudos, uno frente al otro. Ambos llevábamos tiempo deseándolo, pero como siempre, había prioridades, principalmente por mi parte. Habíamos salido a cenar y luego te invité a subir a mi apartamento. Me acuerdo que te había encantado el sofá y la decoración del salón. Precisamente ahí, fue donde nos desahogamos de aquel fuego que nos carbonizaba por dentro y por fuera. Yo tenía la intención de ir despacio, poco a poco, pero la pasión y el afán por verme dentro de ese talle, me superó, y vuelvo a repetir, no me arrepiento. Sin darnos cuenta, estábamos quitando la ropa del otro de forma apurada, violenta; los besos se hacían cada vez más vigorosos, fogosos, excitantes. No había tiempo para juegos ni deleite, esa vez no. Deseábamos conseguir un placer aledaño, convulsionarnos de manera descontrolada, saciar nuestra sed y excitante posesividad y así fue, y me permito recordarlo con palabras. Te tomé en brazos hasta la mesa del salón y allí, separaste las piernas para yo poder colocarme entre ellas, gemías solicitando que te llenara por completo. Puedo sentir todavía esa excitación, ese momento de éxtasis, incluso tus uñas aguijonando mi piel. Me envolvías desde el principio hasta el fin y echo de menos esas sabrosas sensaciones.
      Han sido unos meses complicados para mí. Acostumbrarme a tu ausencia ha sido muy duro, y lo seguirá siendo, estoy seguro de ello. Ni el trabajo consigue ocupar mi mente. Doblo turnos para estar ocupado, evito estar solo pero es imposible. Tu olor ha quedado impregnado en mi piel, en mi casa y sobre todo en mi cama.
      Estoy seguro de que tenías infinidad de razones para irte y respeto tus decisiones, aunque no las comparto. Tú querías algo más de la relación. Salir más a menudo a cenar, al cine, a bailar; salir a caminar un fin de semana por un paseo agarrados de la mano, hacer de vez en cuando un viaje, tomar un café en una terraza, ir a la playa o de acampada, pasar toda la noche haciendo el amor como dos posesos, comer palomitas mientras miramos una peli en la televisión; y yo, muy a mi pesar, te contesté que nada de eso podría ser. Mi corazón se rompió en mil pedazos con tu adiós; una partida silenciosa, gris, lacerante.
      Mis manos han salvado un sinnúmero de personas, pero no he sido capaz de salvar el nexo que nos unía, lo cual me apena todavía más.
      Si llegas al final de esta emotiva carta, entenderás cuáles han sido los motivos de mi decisión irrebatible. He luchado durante muchos años por llegar hasta aquí, muchas noches sin dormir, entre tesis y proyectos. No ha sido fácil pero me siento agradecido y orgulloso. Algún día, más pronto que tarde, espero dar un giro de al menos ciento ochenta grados a mi vida, y todo lo que tú tanto anhelabas por ese entonces, ponerlo en práctica en mi vida, porque entre otras cosas, también soy de carne y hueso, tengo sentimientos, emociones, deseos. Cuando llegue el momento, volveré a tocar tu puerta, no lo dudes, puesto que has sido tú quien decidió irse.
      En el caso de que decidas olvidarme, te diré que nunca te lo reprocharé. Puedo entender y entiendo que necesites a alguien a tu lado todos los días, es de mortales tener necesidades. Siento no ser yo quien te sacie esos menesteres.
      Independientemente de cuál sea nuestro destino, siempre estarás en mi pensamiento, en mi corazón, en mi memoria.
Un beso.


SANDRA EC

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